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domingo, 25 de mayo de 2014

Mañana es feriado y pasado también

Viste cuando no pegás una, o más bien las pegás todas.
Salís de trabajar después de esos días difíciles. Alguien te pidió que le alcances a la pasada un paraguas que se olvidó en la oficina. Llegás al lugar acordado y le querés avisar por todos los medios que te ofrece tu celular último modelo recién comprado bajo la promesa de estar más comunicado, y nada. Esperás media hora. Nada. Te vas pensando en regalarle el paraguas al primero que te cruces.
Llegás a la cola eterna del colectivo que no pasa. La gente dice que están atrasados, porque no hay combustible, porque es víspera de fin de semana largo y anunciaron que mañana aumenta la nafta. Ponele que estás en Buenos Aires y vivís en La Plata, ponele que todavía te falta mucho por recorrer, ponele que está igual que cuando saliste de tu casa a la mañana: oscuro.
Una hora después te subís al medio de trasporte y tu propia Sube te traiciona, te grita que el “saldo no es suficiente”. Te bajás con un paraguas enorme a cuestas para abrir la billetera y descubrir que está vacía. Caminás para algún lugar sin saber a dónde vas. Bordeas la fila enorme que se formó atrás tuyo, pensando que los últimos no siempre son los primeros sino que son de nuevo los últimos. Cuando hiciste una cuadra te das cuenta que no sabés para qué caminás pero, una buena, te acordás que tenés un bollo de plata adentro de la cartera. Te alcanza para comprar el boleto.
Volvés sobre tus pasos hacés la transacción y te subís al próximo colectivo. Entrando a la autopista el tránsito es insoportable, porque claro es víspera de feriado. Mucho tiempo después, ya no sabés cuánto, llegás a la terminal y te espera otro colectivo, otra fila y el día que nunca se va a terminar. Te subís al medio de transporte dos y después de unas cuadras te das cuenta que te lo tomaste mal. Es el que va para el otro lado. Te bajás y estás cada vez más lejos de tu casa y pensás que cuando por fin llegues tenés que limpiar, porque mañana cae tu mamá que viene de visita. Seguís sin un peso en la billetera. En algún momento llegás a tu casa.
Mañana es feriado y pasado también. Menos mal.


Autopista


Me despierto porque el colectivo no se mueve. Relojeo la ventana y cierro los ojos. Media hora después el Costera sigue con el motor prendido pero paralizado en plena autopista. La gente se empieza a mover. Escucho a un tipo hablando por teléfono:la autopista está cortada. Más de la mitad del colectivo ya está vació, mis compañeros de viaje se bajan y avanzan bordeando los autos. Yo me quedo, no se dónde estoy y no se a dónde van.
Pasan los minutos y nada. Me bajo a fumarme un cigarrillo y de paso a tratar de enterarme cuál es la situación. El chofer está hablando con un colega de la misma empresa que espera más atrás. Se me acerca y me dice sin mirarme, disimulando.

-Subite al otro que tienen una emergencia médica y los van a dejar pasar.

Dudo. El otro colectivero me cabecea cómplice por la ventana. Tiro el cigarrillo y corro. En la puerta una chica con una remera gris que dice “Ejército” nos apura.

-¡Vamos! No duden, tiren el cigarrillo y suban.
-¿Para cuánto te queda? - le pregunta la chica Ejército a la señora del asiento de adelante que respira gracias a un tubo de oxígeno.
-Una hora.

Adentro la gente se queja, “que no puede ser con estos negros de mierda”. La chica Ejército explica que hace una semana que están sin luz, por eso protestan. Vamos despacio por la banquina.

-Tenemos una emergencia médica, una señora con oxígeno- le explican a los pibes que están cortando.
-Pasen. Ambulancias y emergencias médicas pueden pasar. Pasen.

Bordeamos las columnas de fuego, esquivamos a la gente que se largó caminando, esquivamos a los pibes de palos y pañuelos. Pasamos. Unos metros más adelante frenamos para levantar a una mujer que camina por el medio de la autopista. Está llorando.

-Calmate, ya está- dice la chica Ejercito
-¿Qué te pasó? ¿qué te hicieron?- pregunta el colectivero

La mujer angustiada no puede hablar. Balbucea que no le pasó nada, que no le hicieron nada. Alguien la alcanza agua.

-No me hicieron nada. Pero me bajé del colectivo y cuando empecé a caminar escuché a la gente que decía que no nos iban a dejar pasar. Que estaban armados. Que nos íbamos a quedar toda la noche. – la chica sigue llorando- me asusté. Porque viste que cuando estás sola… pero son chicos. El más grande debe tener 16 años, son chicos.

Entramos a La Plata y el chofer se empieza a despachar.

-Esto es la democracia. Hay que meterle bala a estos negros de mierda. Pero claro, después salen los de Recursos Humanos a decir que les pegaste.

Una señora remata.
-Así estamo desde que se inventaron los Derechos Humanos.

sábado, 5 de abril de 2014

Cosa mágica la música


Lunes, 6 de la mañana. Salgo a la calle frunciendo la cara, justo cuando empieza a amanecer. Me pongo los auriculares y en la radio Whitney empieza a cantar "I have nothing". A mitad de cuadra ya estoy usando una mano de micrófono y la otra sube y baja acompañando los agudos. Es lunes, hace un minuto eran las 6 de la mañana. Cosa mágica la música.




viernes, 28 de marzo de 2014

Vos sí que te hiciste rogar.




Tardás nueve meses en nacer y encima aguantás adentro dos semanas más. Tu mamá está por explotar y para mí sos el Bicho. ¿Serás nena o nene? No te puedo dar forma y tampoco se cómo nombrarte.
Hoy por fin sonó el teléfono.
-Nació. – Es tu mamá. Se escucha como si estuviera en tu casa, retando a tus hermanos o cebando mate, no como si acabara de salir de una cesárea.
-¿Es nena o nene?
- Es nena.

Pasa lento el día en la oficina. Por fin salgo y tomo el colectivo. Llego de noche a La Plata. El hospital está en silencio. Dos hombres me frenan en la entrada y no me quieren dejar pasar. Les explico que estaba trabajando y no pude venir antes, que es un ratito, que soy tu madrina. Me dejan.
Me pierdo en la maraña de pasillos y escaleras en penumbras hasta que otro hombre me frena.
-Te puedo averiguar en qué sala está y cómo está. Nada más.
Se va preguntando por tu mamá.
-Creo que es la sala 9- le alcanzo a decir.
Me escucha y vuelve.
-Está bien, pasá. Pero lo ves y te vas.

Son varias madres en la misma sala, cabeceo ansiosa. En el fondo veo una cara conocida, me acerco.
Ahí estás. Con los ojos cerrados prendida de una teta.

Hola ahijada. Te hiciste rogar.

sábado, 15 de febrero de 2014

Crónica de una muerte carcelaria



Jordán López fue asesinado un domingo, hace exactamente seis meses. Estaba preso en la Unidad 32 de Florencio Varela esperando un proceso judicial por encubrimiento agravado, cuando otro preso le clavó una faca de 51 centímetros que le desgarró el corazón. En medio año Victoria, su madre, recolectó treinta testigos del crimen que repiten la misma historia: a Jordán lo mandaron a matar; liberaron la zona; se la tenían jurada; era un preso molesto. Ella acusa al Servicio Penitenciario de tercerizar las muertes dentro de la cárcel, de usar a los presos con condenas graves para que hagan el trabajo sucio. Hoy, la causa está por iniciar y cinco miembros del Servicio fueron sancionados.

*****

Jordán Marcos López cayó haciendo un flete por el que le iban pagar 100 pesos. Un conocido, Damián Ascona, le había propuesto la changa. Hizo media cuadra y la policía de la comisaría de La Unión, la Brigada de Investigaciones y la policía de Los Hornos lo detuvieron con la camioneta llena de ropa. Era robada. El delito es excarcelable, pero él tenía prontuario.

Su primera condena firme fue a los 18, le dieron seis años por portación de arma de fuego. Iba en una moto con otro pibe, se cayó y el arma que tenía en el bolsillo terminó tirada a diez metros de él, en el medio de la calle, delante de la mirada furtiva de un policía. Estuvo preso durante dos años. Después de seis meses en libertad volvió a caer por robo, esa vez le dieron tres.

*****

Jordán le repetía a su madre que algo le iba a pasar. Estaba paranoico, tenía miedo. No de los otros presos, le aclaró, él le tenía miedo al Servicio. Le suplicó que lo sacara porque sabía que le iban a hacer algo.

- ¿Cómo sabés vos eso?

- Porque acá se corre la bolilla. Se me viene negro, mamá.

Unos meses antes Jordán limó los barrotes y se escapó de la Alcaldía Pettinato. Varios miembros del Servicio Penitenciario pagaron con sanciones las consecuencias de la huida. Victoria supo, cuando lo volvieron a agarrar, que la iba a pasar mal. Por eso pidió una medida de seguridad para protegerlo.


*****

Se despidió de su mujer y su hijo de 5 años antes de que terminara el horario de visita. Quería evitar problemas, una alerta de peligro le zumbaba en la cabeza. En la cárcel los días de visitas son un momento estratégico para los ataques, él lo sabía.

Días antes discutió con otro preso. Se gritaron amenazas sin verse, ambos encerrados en los buzones, conocidos en la jerga penitenciaria como SACs (Separación del Área de Convivencia). Son celdas de aislamiento de cuatro metros cuadrados, la única abertura es un pasaplatos. Ahí los encierran las 24 horas que tiene el día, sin salidas al patio, sin ver ni hablar con nadie. Los presos pueden pasar meses atrapados en los buzones, perdiendo la cordura por la sensación interminable de un tiempo muerto. A veces los encierran por mala conducta, o por pelearse con otro interno. Otras, los dejan ahí cuando llegan porque no tienen dónde ponerlos. La provincia de Buenos Aires cuenta con 60 unidades penitenciarias que tienen lugar para 18.640 presos. Hoy, alojan a más de 30 mil.

Ese domingo, cuando Jordán salió, la sala de visitas todavía estaba llena de familias. Cruzó la puerta por la que pasan los presos, siempre de a uno, para la requisa. No lo requisaron. Tenía una medida de seguridad, pedida por su madre, para evitar cualquier agresión dentro del penal. Por esa medida Jordán tenía que estar aislado y ser custodiado por un oficial hasta para ir al baño. Pero nadie apareció para acompañarlo desde la sala de visitas a los buzones. Del otro lado tenían que estar los tres GIES (Grupo de Intervención ante Emergencias) con armas cargadas de balas de goma. Esa tarde no había ninguno. Jordán caminó solo hasta la entrada de los buzones, pero cuando llegó la puerta estaba cerrada.

José Alejandro Zapata Muñoz, alias el Locura, salió del área de visitas detrás de él, cruzó corriendo el pasillo y lo pinchó con algo en el brazo. Jordán reaccionó rápido: tiró el bolso con ropa que le había traído su novia y corrió con una frazada en la mano. Quedó atrapado en un recodo. Al costado los presos del pabellón de evangelistas miraban. Zapata, con una faca de 51 centímetros, lo arrinconó. Jordán zigzagueó esquivando las embestidas, caminó para atrás con la mirada fija en la mano que sostenía el arma. Se defendió con lo único que tenía, como un torero desesperado. Pisó la frazada, cayó hacia adelante y la faca le atravesó el pecho. Zapata se la sacó de un tirón, la revoleó al patio y corrió a los buzones. Uno de los GIES apareció con los gritos de los evangelistas. Disparó cuatro veces: dos al aire, dos a los pies de Zapata que se arrastró por el pasillo de los buzones. La puerta, ahora y para él, estaba abierta. A Jordán el facazo le desgarró la vena aorta. Siguió corriendo con el agujero en el pecho, con la sangre chorreándole sin piedad.

Un policía tocó con la punta de la bota el cuerpo, desparramado en el suelo. Lo movía para adivinar si estaba vivo. En la Unidad 32 no había médicos, ni enfermeros, ni ambulancia. Quince minutos después el Jefe de Complejo apareció con una camioneta que trajo desde la Unidad 42.

La mujer y el hijo de Jordán escucharon los disparos del GIE y se frenaron en el pasillo de salida, contra el alambrado que da al patio. En esa posición vieron a los presos sacar a alguien, con el brazo derecho colgando por fuera de una camilla. Vieron cuando lo subían a la caja de la camioneta. Lo reconocieron por las zapatillas.

- Abuela, papá se hizo de River –le dijo a Victoria su nieto. Jordán, fanático de Boca, la tarde que una faca de 51 centímetros le atravesó el pecho tenía puesta una remera blanca.

*****

Victoria está convencida: el verdadero responsable de la muerte de su hijo es el Servicio Penitenciario. Piensa que a Jordán lo mandaron a matar. Dice que varios internos le contaron que usan a los presos con condenas graves para deshacerse de esos que para los Jefes son molestos. A cambio de una tableta de Rivotril, más horas de patio o algún privilegio dentro de la Unidad.

Oscar Rodríguez, el abogado de la familia, está seguro que hay una responsabilidad objetiva del Servicio Penitenciario porque Zapata Muñoz tenía una faca de medio metro en plena sala de visitas: de mínima hay negligencia.

A José Alejandro Muñoz Zapata le dicen el Ángel, porque es rubio de ojos claros. Los que lo conocen aseguran que se parece al Polaco, el cantante de cumbia. También le dicen el Locura, a los 27 años ya tiene fama de ser un asesino despiadado. Antes de Jordán hubo otros dos, aunque en los pasillos del penal se rumorea que son más.

Hace dos semanas Victoria recibió un llamado de la cárcel.

- Al Locura lo mataron a palos.

En la Unidad 21 de Campana dos presos lo golpearon y lo apalearon hasta mandarlo al hospital. Los primeros días pensó que estaba muerto. Su abogado estaba preocupado porque la causa se les caía. Después le llegó el comentario de que estaba muy grave, internado con daño cerebral.

Este sábado volvió a sonar el teléfono.

- El Locura zafó. Lo mataron a golpes, lo mandaron al hospital, pero zafó.

*****

Victoria Sánchez es enfermera, parió cinco hijos. Tiene 44 años y ya enterró a uno.

Después de su segundo parto, tuvo un presentimiento. Un día se lo dijo a su marido:

- Jordán no va a llegar a grande.

Aprendió a leer a los cuatro años, era rápido para los cálculos matemáticos y apenas pisó la escuela se convirtió en el dolor de cabeza de todo el plantel docente. En todas las fotos de la infancia hay dos cosas que se repiten invariables: la sonrisa grande y cierto brillo en los ojos, como si en ese momento una gran idea le cruzara por la cabeza.

Ese mal presagio que sentía acerca de su hijo hizo que Victoria lo sobreprotegiera mucho más que a sus hermanos. Siempre iba a las excursiones del colegio con él, al zoológico, a la pileta. Lo llevó y lo fue a buscar al Albert Thomas, donde Jordán y su hermano Nahuel hacían el secundario, hasta los 15 años.

- Mamá, por lo menos esperanos acá a la vuelta –le pidieron un día los hermanos, intentando preservar su imagen de chicos grandes.

Cuando Jordán tenía 11 años la llamaron del colegio. La llamaban casi todas las semanas: en plena clase se puso a caminar arriba de los pupitres y la maestra no podía hacerlo bajar; se copió en la prueba de matemática; no se queda quieto; no presta atención. Ese día, Victoria notó algo distinto en la voz de la directora: preocupación mal disimulada. Se escapó del trabajo y se fue a la escuela en su Falcon rojo. Llegó y la hicieron sentarse, estaba embarazada de su último hijo. La secretaria se movía nerviosa de un lado a otro.

- No se preocupe que ya llamamos a los bomberos y a la ambulancia –le explicó la directora al borde del llanto.

- ¿Qué pasó?

- Se trepó al mástil. Pero quédese tranquila señora que ya van a venir los bomberos y lo van a bajar.

Victoria se asomó por la ventana y lo vio a la altura de la bandera abrazado con pies y manos. Salió al patio y le gritó.

- Bajáte de ahí hijo de puta porque cuando te agarre te mato.

En unos segundos, Jordán se deslizó hasta abajo, su mamá lo agarró de los pelos y lo llevó hasta el auto.

- No, mamita, te juro que no lo voy a hacer más.

Después de esa mañana Victoria se quedó angustiada. No sólo porque se lo había llevado de la escuela a fuerza de patadas en el traste, sino porque en su casa el que cobraba siempre era Jordán. Su poca paciencia la hacía sentir culpable.

Victoria decidió empezar una terapia. Desde que perdió a su madre en un accidente de tránsito a los 7 años, le tenía miedo a la muerte. Sobre todo a la muerte de sus hijos. En una de las sesiones, la psicóloga le dijo que Jordán necesitaba pasar tiempo con ella. Pero no ese tiempo dividido entre los hermanos, el trabajo y las tareas de ama de casa. Necesitaba pasar tiempo exclusivo con su madre.

La angustia del día del mástil llevó a Victoria a seguir un impulso. Pidió un día en el trabajo y fue a retirar a Jordán de la escuela.

- Mirá que no hice nada mamá -fue lo primero que le dijo cuando la vio.

Fueron a Plaza San Martín, en pleno centro platense. Victoria le compró un pancho y una gaseosa y se sentaron en un banco. Primero hablaron de él, de por qué se portaba mal. Después hablaron de ella, de su infancia, de cómo se quedó sin su mamá tan pronto. Victoria le contó la historia de su vida y él se angustió.

- Si vos te morís mamá, yo también me muero.

Tomaron un helado y Victoria le pidió perdón por tantos retos, por tanta tirada de pelos.

- ¿Por qué me pusiste Jordán? -le preguntó de pronto cuando caminaban de la mano por el centro. Victoria lo miró y decidió no decirle que ese nombre lo eligió porque cuando iba a la escuela le gustaba un compañerito que se llamaba así. Le contó otra parte de la historia, que también era cierta.

- Te puse Jordán porque es un nombre bendito. Porque en un río que se llama así se bautizó Jesús.

Él la miro con esos ojos tan negros y le dijo:

- Vos también tenés un nombre bendito.

- No, boludo, si yo me llamo Victoria.

- Sí, mamá, Victoria, victoriosa. Vos sos victoriosa porque todo lo que te proponés lo lográs.

Durante muchos años Victoria se olvidó de esa mañana. Una tarde en el nicho de Jordán, llorando tanto que no podía abrir los ojos, le dio la razón.

- ¿Vos te acordás de ese día que me preguntaste por qué te puse Jordán? Viste, están los cinco en disponibilidad. Viste que vos tenías razón con que yo era victoriosa.

*****

El sábado, después de enterrar a su hijo, Victoria se encadenó en la Unidad 32 de Florencio Varela pidiendo explicaciones. La acompañó su hijo del medio, Joel. La enfrentaron, la amenazaron, la ignoraron. Con el tiempo la familia se rindió: para la justicia algunas vidas valen más que otras, habrán pensado. Se terminó quedando sola. Pero ella siguió yendo a los penales, a los juzgados, a donde hiciera falta. A la Jefa del Servicio Penitenciario, Florencia Piermarini, le empapeló la Jefatura acusándola de asesina.

- Yo te entregué un hijo vivo y vos me devolviste un hijo muerto –le dijo a la mujer que hoy dirige a los 28 mil agentes que tiene el Servicio Penitenciario Bonaerense, el más grande del país- Yo quiero que esta gente no trabaje más con seres humanos.

La perseverancia de una madre que sabe que a su hijo lo mataron como a un perro logró: que el oficial que debía custodiar a Jordán desde la sala de visitas a los buzones, el Subdirector, el Jefe de Tratamiento, el Jefe y el Subjefe de la Unidad 32 durante el asesinato pasaron a disponibilidad. Es decir, que hasta que se jubilen deberán realizar tareas administrativas, lejos de las celdas.

*****

Muchas cosas cambiaron en la vida de Victoria desde que mataron a su hijo. Ya no trabaja como enfermera, las plantas a las que siempre les dedicó casi tanto tiempo como a sus hijos ahora se le secan en el patio. Se terminaron los sobresaltos: ya no tiene que salir corriendo detrás de Jordán, a buscarlo a algún aguantadero, a sacarlo de la comisaría, a defenderlo de las golpizas policiales.

Suena el teléfono, es un preso. Charlan un rato, ella le pregunta cómo está, él le pregunta lo mismo. Ella le contesta que ahí anda, como puede. Se despiden con cariño, ella le pide que le avise cualquier cosa, que le avise si torturan, si maltratan, que le avise.

Suena el teléfono, es la mujer de uno de “sus presos”, de esos 86 que tiene anotados en un cuaderno rojo. Como la chica no tiene dónde vivir, Victoria la invitó a su casa hasta que consiga algo. Se mandan mensajes, ella quiere saber dónde se tiene que bajar cuando llegue a La Plata. Victoria le explica y se queda sin crédito.


******

Suena el teléfono, es un abogado que trabaja para la municipalidad. Victoria lo quiere embarcar en un proyecto que está iniciando con la Defensoría del Pueblo. Por eso la llama el abogado, y por eso pasa por su casa esa tarde.

Un sábado nublado de octubre, el teléfono de Victoria suena todas esas veces y más. Su nuera, su hijo, la sobrina. Presos pidiendo ayuda, familias de presos pidiendo ayuda, presos enojados porque no hizo tiempo de llevar un escrito, presos que amenazan porque denunció la complicidad de algún jefe del penal que los protege. Presos que sigue anotando en su cuaderno rojo.

*****

Una tarde, de tantas que se amontonan desde que Jordán murió, Victoria acompañó a una chica de su barrio a hacer una denuncia por maltrato a la Comisaría 3ª de Los Hornos, a una cuadra de su casa. Por la puerta que da a los calabozos salió un policía con un nene esposado. Victoria se desesperó y se le paró enfrente al oficial.

-¿Por qué este chico está esposado? Este chico no tiene más de 12 o 13 años.

-¿Y usted quién es?

-Trabajo contra la tortura -soltó lo primero que le vino a la cabeza. El tipo entrecerró los ojos desconfiando.

-Tiene 18.

Victoria miró al chico para ver si hacía algún gesto que confirmara la mentira, pero el nene lloraba; las lágrimas silenciosas le dejaban una marca en la piel morocha, los ojos clavados en el piso. Victoria no se animó a preguntarle nada. No lo quiso exponer, sabía que si abría la boca, corría el riesgo de ser molido a golpes cuando ella se fuera.

- Te voy a denunciar porque este chico es menor y lo llevás esposado. Decí que no tengo para sacarte una foto, sino sabés como te escracho.

Ahora la vida de Victoria es así. Ir al Comité contra la Tortura para denunciar abusos contra los presos. Ir a los penales y hablar con las familias que esperan en fila los días de visita. Explicarle a las madres que ellas y sus hijos tienen derechos y sacudirlas si las ve sometidas por el uniforme. Y cuando le responden, resignadas, que no se pueda hacer nada, les habla de las Madres de Plaza de Mayo.

- Si ellas, en esa época, pudieron ¿por qué nosotras no vamos a poder?

Ayer, domingo 20 de octubre, Victoria recorrió los penales. Repartió un volante con la cara de Jordán, denunciando al Servicio Penitenciario por su muerte. Del otro lado anotó su nombre y su número de teléfono. Habló con mujeres, hijos, hermanas y madres de presos. Victoria, 1.50, morocha, enérgica, nunca, jamás, pensó que iba a pasar un día de la madre así.

******

Desde que murió lo quiso soñar. Cuando cerraba los ojos evocaba su imagen, intentando recordar con exactitud su lunar, sus ojos negros. Nada. Cuanto más deseaba volver a verlo, por lo menos en sueños, menos lo lograba. Hasta que una noche lo soñó. Estaba sentado en una silla, con una camisa, esa que usaba siempre. No le habló. La miraba y le sonreía. A la mañana siguiente, por primera vez en muchos meses, Victoria se despertó feliz.













* Esta crónica la escribí cuando se cumplieron los seis meses del asesinato de Jordán. Fue publicada en Cosecha Roja.

martes, 11 de junio de 2013

Roxana


Roxana sale de su casa se sube a la bicicleta y atraviesa la calle. Cuando llega a la esquina ve a una vecina pegándole con una varilla de fibra a su hija. La nena llora a los gritos, tiene las piernas y la espalda desnudas, está llena de surcos de sangre. Roxana se baja de la bicicleta. Siente asco.
-  ¿Qué te pasó?- le grita a la madre. La conoce porque los maridos de ambas son amigos.
Perdió la plata esta hija de puta- la hija de puta tiene 4 años y su mamá la está reventando a varillasos porque perdió los cien pesos que le dieron para ir a comprar pan.
- La hija de puta sos vos. Por andar encamada con el macho mandaste a la criatura- Roxana siente como la bronca le sube del estómago a la cabeza.  No es la primera vez que ve esa escena. A ella su mamá la maltrató hasta que decidió irse de la casa. Pero ese día se quería sacar el asco que le daban todas – Dejá de estar encamada con tu macho y atendé la casa y a tus hijos. Si tu marido está trabajando para darte de comer a vos... jodete si tu hija te perdió la plata.
- ¿Y vos que te metés?
No fue una pelea limpia: la otra se tiró al piso tratando de evitar los golpes, pero no respondió. Esa tarde Roxana hizo justicia. Por todos esos nenes que fueron víctimas de sus madres, por ella y sus propias cicatrices.
- Así como vos le pagaste a tu hija yo te tengo que dar a vos, pero no te voy a dar con eso-  le saca la varilla que todavía tenía en la mano y la tira para atrás por encima del hombro-  te voy a dar con la mano hija de puta. Te voy a matar.
La levantó en el aire y la tiró contra la pared tantas veces que le dislocó el hombro. Le arrancó de la boca dos dientes y le dejó el ojo izquierdo en compota. En el barrio, hasta el día de hoy, la mayoría cree que la agarró una patota. 

miércoles, 5 de junio de 2013

¿Y ahora qué?

Cuando estudiaba para el primer y último final que di para convertirme en Licenciada tuve una revelación. O mejor dicho, Jean Paul Sartre tuvo una revelación  y yo me topé con ella castigando a mis neuronas con filosofía. Para Sartre no existe absolutamente nada que nos determine. Las personas no tenemos condiciones biológicas, culturales, sociales, o históricas que nos definan. Somos lo que hemos decidido ser. Porque para este señor de mirada extraviada el hombre es libertad. Hasta acá estaba entretenida, pero no me convencía. Después el filósofo explica que hay tres consecuencias con las que debemos lidiar por el hecho de ser la expresión máxima de la libertad: la angustia, el desamparo y la desesperación. Nada prometedor.
La angustia es la más importante. Sartre diferencia angustia de miedo. El miedo nos surge ante un peligro concreto y nos provoca la sensación de que algo nos puede hacer daño. La angustia no.  No aparece por motivos concretos, no es provocada por algo externo. La angustia es el miedo a uno mismo. Es el pánico que nos provoca decidir y las consecuencias de esas decisiones. En resumen, cuando nos damos cuenta de que somos libres, nos angustiamos.
Listo. Ahí fue cuando me convenció. Durante meses me sentí al borde de la desesperación porque no tenía idea de qué hacer con mi futuro. A un paso de recibirme de Licenciada, me atormentaba la misma pregunta ¿y ahora qué? Y  más preguntas ¿Qué se supone que haga?, ¿Me quedo acá o me vuelvo a mi pueblo? ¿Y si no consigo trabajo? ¿Y si consigo, pero no es de lo mío, de lo que estudié, de lo que me apasiona? ¿Y si consigo de lo que me apasiona y no soy buena? Pensar con miedo. Pensar por miedo.
Y ahora qué. No sé. ¿Soy la persona que quisiera ser, que pensaba ser, que podría ser? Cada decisión, cada acción, cada omisión me va a convertir en alguien que un día va a mirar para atrás y puede pensar: “bien, lo hiciste bien”… o no.  
Angustia.
Sartre seguía: La angustia aparece al sentir­nos responsables radicales de nuestra propia existencia. Cuando entendemos que somos libres tenemos que asumir  que lo que somos y lo que vamos a ser depende sólo de nosotros mismos. No hay excusas, no hay culpables. El éxito o el fracaso son nuestra responsabilidad. Atrás quedaron los tiempos en los que mamá decidía por mí  que fuera a la escuela, que volviera a casa antes de las 12, que ayudara a limpiar los sábados.  Atrás quedaron mis imploraciones por irme a estudiar, a vivir sola, por ser libre.  Atrás quedó todo eso y un cartel luminoso me grita en la cara ¿Y ahora qué?
Quiero ser una persona extraordinaria y todos los días vivo ordinariamente. Cada día me atormenta la pregunta de si estaré haciendo lo necesario ¿Estoy corriendo atrás de mis sueños y ambiciones o estoy parada en una esquina mirando para todos lados, asustada, paralizada? Tengo 25 años y  me sobreviene la sensación de estar desperdiciando cada día de mi vida. Desechando con desprecio cada segundo en el que se supone debería estar convirtiéndome en  alguien… ¿en aquello que debería ser? Después de todo Messi a los 22 años era el mejor jugador del mundo.
Jean Paul Sartre diagnosticaba también el desamparo. Cuando decidimos, decidimos solos con nuestra alma. No hay forma de escapar. Tenemos que elegir, siempre. Incluso abstenernos es una decisión. Nadie nos puede rescatar y hacerlo por nosotros. No cabe refugiarse en la excusa de la fuerza de una pasión, o de la presión de una circunstancia o de la autoridad. Somos libres, estamos condenados.
Muchas veces discutí con “adultos” de la generación que nos precede sobre los desafíos de ser los jóvenes del nuevo milenio. La mayoría tiene otra visión. Desde su punto de vista somos privilegiados, tenemos un mundo servido en bandeja en el que podemos decidir qué, cómo, dónde estudiar. Podemos elegir nuestro futuro de una forma que su generación nunca pudo. Y ahí está la trampa. Elegir.
Suena a “te quejás de llena”. Pero cada vez que hablo con alguien de mi edad escuchó los mismos relatos repetidos, las mismas angustias. Para la generación de mi mamá el futuro traía consigo algunas certezas: no podés irte a vivir solo si no te casás, no podés ir a estudiar a la universidad, vas a trabajar de lo primero que consigas. A mi edad mi mamá trabajaba en la empresa en la que ya lleva casi treinta años, estaba divorciada, y criaba sola a su hija.  Cuando elegimos, lo hacemos con las historias de nuestros padres a cuestas, con sus expectativas y sus sueños hechos realidad en nosotros.  Cargamos en nuestra espalda con la responsabilidad de contar con todas los privilegios para elegir bien. ¿Y si elegimos mal?
Por último, Sartre sentencia que la libertad es desesperación. Sí o sí debemos comprometernos con algo, debemos elegir nuestro ser y nos puede ir mal. Las cosas no nos salen por el simple hecho de habernos propuesto hacerlas. Sólo contamos con lo que depende de nuestra voluntad, pero el mundo no necesariamente se acomoda a nuestros deseos. Puede fallar.
El 31 de diciembre del 2012 hice un balance sobre el año que pasaba y las expectativas para este 2013. Me preguntaba que podía sacar en limpio de tantas preguntas, miedos y expectativas: “Fue un buen año. En el 2012 pasaron cosas, muchísimas cosas y que las cosas sucedan es lo que uno espera.” 
Una vida, la vida, son tantas cosas. El lugar, los sueños, el amor, los proyectos, los amigos, la familia. Cambian con el tiempo, cambian conmigo. Por ahí la pregunta no es ¿en dónde tengo que estar? o ¿quién quiero ser? La pregunta es ¿cómo? Construir, apostar, aguantar, desear, hacer, aprender, disfrutar, confiar. 
También hice suposiciones sobre este año, que esa noche cuando me senté a monologar conmigo misma recién empezaba, y puse algo que me sigue dando vueltas como una predicción: “Se lo que espero pero confío en todo lo que no espero.” El tiempo me demostró que a veces las elecciones no funcionan como una cuenta matemática: elijo blanco y tengo blanco. Nuestra voluntad debe estar enfocada, debemos saber qué es lo que queremos y arrojarnos al mundo en esa dirección y las cosas suceden. No como planeamos, pero a veces lo que no planeamos es mucho mejor.


Walt Whitman dice en uno de sus poemas “disfruta del pánico que te provoca tener la vida por delante”. Lo estoy intentando.